Y todo se acabó.
Al verla de espaldas andando hacia la salida de la estación
mientras mi tren se alejaba,
me di cuenta:
todo iba a terminar,
no íbamos a volver a vernos.
Unas cuantas llamadas de teléfono,
y unas cuantas conversaciones de Messenger,
alargaron el final.
Con el tiempo
nos fuimos cansando de la distancia,
las llamadas de teléfono
y las conversaciones de Messenger
poco a poco
se fueron reduciendo
hasta producirnos incomodidad.
Lo último que escuche de sus labios:
nunca he querido ni querré a nadie
como te he querido a ti.
Yo sabía que era mentira.
La más dulce de las mentiras
que jamás escuché.
sábado, 21 de agosto de 2010
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