El tiempo dado me exprime,
me obliga a adquirir facultades que no deseo.
Así he aprendido a fingir, a simular,
a llevar a la perfección el papel asignado.
Las palabras ya no bastan, están de más,
y su exceso me excede, pero no puedo parar.
He sido sepultado por su torrente,
y ya no sé vivir en el exterior
sino es en un perpetuo movimiento.
Es esta quietud la que me comprime,
la que me devuelve al año cero
en un estado placentario
del que es difícil escapar.
Es aquí donde todas la palabras
ahondan la superficie
y toman todo el valor que no tienen.
sábado, 24 de septiembre de 2011
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