No sé qué es lo que me impide tomar esa dirección. La línea de fuga que me lleve a otro ahora. El espejo caligrafiado me dice que lo más probable es que el miedo a perder la identidad sea el culpable. Ese miedo definitivo, determinante. Miedo a tomar una dirección incorrecta que me borre definitivamente del mapa. Y, con ese nuevo fracaso, perder lo poco que tengo: el yo que soy, ese yo que escribe, yo, paroxista desmedido, que vive, como un pornógrafo, de sus desgracias trémulamente exageradas en una representación cotidiana.
Saberme un ser solitario que detesta sentirse solo, un tipo silencioso que se siente incapaz de callar la voz que tiene dentro y por ese motivo escribe como si pudiese exorcizar al demonio parlanchín que lleva dentro, no ayuda nada. Es más establece poseer una referencia: la identidad cobarde que no quiere desaparecer.
jueves, 1 de septiembre de 2011
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