... y las muchachas andan con las piernas desnudas.
Ángel González.
Sentado en una terraza con mi abuelo,
noventa y dos años de dolor y sabiduría,
viendo pasar la tarde sin decirnos nada
hasta que una bella mujer de increíbles piernas largas.
Pasa cortando el para nada incomodo silencio
que hay entre los dos. Así que, dice mí abuelo,
ahora las muchachas andan con las piernas desnudas.
Como veo que se anima, le digo: qué, abuelo,
un vinito. Él responde
con una sonrisa maliciosa, como si de repente,
por un momento, desde los noventa y dos años,
volviese a tener poco más de veinte.
Sorbo a sorbo,
al tiempo que el vino va sonrojando sus mejillas,
el abuelo se va animando y me cuenta algunas
de sus aventuras amorosas.
Me habla de las verbenas de la Paloma,
aquellas verbenas de cuando Madrid era
algo más parecida a un pequeño pueblo,
no como ahora que es una gran ciudad,
un terrorífico templo del consumo.
Me habla de lo difícil que era amar antes, él
que nunca fue un hombre religioso, él
que ni siquiera tras su segundo infarto
se acerco a la puerta de una iglesia. él que
tan sólo lo hizo el día de su boda,
el día que se casó, me dice,
con la mujer de su vida,
y ahora, seguido de una
suave lágrima que recorre una de sus
mejillas sonrojadas por el vino, me dice, está muerta.
Pero se recupera rápidamente, se ríe y me dice,
tú, que eres joven;
tú que tienes mis genes,
se feliz
y disfruta todo lo que puedas con
esas muchachas que ahora andan con las piernas desnudas.
Qué cabrón, pienso para mis adentros,
está claro que más sabe el diablo por viejo que por malo.
Pasa el tiempo,
entre viejas historias, sin que me de cuenta,
hasta me he fumado un porro
escuchando sus historias.
No quiero fumar, me dice, tus cigarritos de la risa,
estoy ya muy viejo para eso. No tanto, abuelo,
le digo, ya quisiera yo llegar a tu edad igual que estás tú ahora.
Qué cabrón, lisonjero,
en eso te pareces a tu padre, me dice,
anda termínate eso de una vez
y acércame la residencia.
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