Un día más el día se cubre de gloria al atardecer. Una inmensa belleza
que permanece en mi espalda mientras que yo ignorando el atardecer permanezco
ante este otro horizonte, más cercano, menos atractivo, que es la pantalla del
ordenador. Alterno frases que se escriben sin ser pensadas y que, ahora, en
este instante desconozco que serán de ellas, con videos musicales de los años
ochenta. Una época que viví en la felicidad inabarcable de una infancia no
recordada. Lo que me permite estar en paz con aquello. Un pasado al que no le
guardo rencor. Por eso todo en mí es horizonte, o eso pretendo. Todo lo bueno
permanece allí, en ese lugar que está por venir, pero al que tenemos que
acercarnos. Una meta, un destino elegido. Sea lo que sea. Aquello que está al
otro lado de las montañas por las que ahora se esconde el sol dejándonos
desamparados ante la noche que ya es. Y lo demás no importa, no es. Lo que fue
es una historia interminable. Curiosamente el mismo título que lleva la canción
que suena ahora. La historia interminable, también una de las películas de mi
niñez. Esa historia de un niño que rescata a la fantasía del olvido leyendo
vivamente un libro prohibido. Sigo escuchando canciones de los ochenta, éxitos
de una sola canción, y trato de adentrarme en mi historia real de aquella
época, mis primeros diez años, y no recuerdo más que algunos programas
infantiles, y las noches de verano en el pueblo, cuando mis padres que aún eran
jóvenes hacían las mismas fiestas que nosotros hacemos ahora, y entiendo porque
me suenan tanto estas canciones, y también comprendo porque siempre vi como
algo tan natural, las fiestas y todos sus excesos, su falsa efímera felicidad,
la alegría que desprenden. De casta le viene al galgo, dice uno de esas frases
hechas, tan españolas, que tanto detesto. Que parecen no, que son reflejo claro
de la resignación cultural que hay en el adn español tan dado a ella, a la
resignación al más vale malo conocido que lo bueno por conocer, imposible de
superarse, de evolucionar, de superar sus traumas, de conseguir superar el cainismo
cultural del que un famoso escritor que antes detestaba pero que sus palabras
me sorprendieron gratamente en uno de los mejores programas de televisión que
se pueden ver en la televisión española. Y la música del pasado sigue sonando,
más éxitos de un solo tema, escuchados hasta la saciedad. Y uno de sé da cuenta
que se hace viejo porque empieza a ver a los chavales de la misma manera que su
padre le veía a uno, es decir, con la perplejidad del que no entiende nada y se
pone de algún modo nervioso. Dentro de uno años saldrán programas como este que
escucho en diferido hablando de nuestra época y será horroroso y nos daremos
cuenta de lo absurdamente jóvenes que éramos, y quizás nos demos cuenta de que
la vida es eso un absurdo, y también quizás no demos cuenta de que la felicidad
es eso entender lo absurdo de la vida, algo que creo que ya he dicho varias
veces en este blog. Algo que no escondo, mi tendencia a repetirme. Por qué
hacerlo. No me considero un escritor, del mismo modo que tampoco me considero
un escalador. Es más no me gusta considerarme. No sé quién soy, hace tiempo que
deje de buscarme. Trato de que mi presencia en la vida sea lo que es pasajera,
un viaje en el que no quedará ni su recuerdo, por eso trato de estar, no ser,
hacer cosas que me hacen feliz hasta que dejan de hacerlo, por eso deje las
drogas y me aleje de la noche, aquello no era nada sano, no me hacían feliz. Todo
se había convertido en una inercia oscura, y me fui. Volví al camino y empecé a
buscar por otro lado. Pero por supuesto que algo seré, lo más seguro que
simplemente uno más, alguien que no es importante, no me doy más importancia
que la que me permite seguir vivo. Y la música sigue y todo cambia, las modas,
las actitudes, el absurdo tomando distintos modos, distintos aspectos. Y nada
de lo he venido diciendo tiene importancia, palabras y solo palabras. Sin hilo
argumental un discurso que no ha sido pensado, una improvisación que ha ido
surgiendo mientras que he ido escuchando un programa de música sobre éxitos de una
sola canción, ahora ya por los noventa. Una década que si fui, que fui un
adolescente tímido y acomplejado que solo encontró refugio en el cine y en las
drogas, alguien que se buscó incesantemente y no encontró nada más que la
entrada a un laberinto del que no puedo salir hasta casi cumplir los treinta
años. Donde estoy ahora, convencido de mi incapacidad a dar por mío todo lo que
hasta aquí a llegado.