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viernes, 18 de marzo de 2011

PAKSE y alrededores: moto, moto, moto...

Antes de comenzar el informe sobre estos últimos días me gustaría dar un apunte sobre Don Det, la parada anterior, ya que ahora tengo la cabeza despejada de mariguanismos. Para empezar, decir que Don Det es un buen sitio. El problema es la gente que visita estos sitios, los típicos que se tiran veinte días tumbados en una hamaca veinte días y creen que han visitado otro país. Ni siquiera yo creo que dejo de ser un turista que visita de pasada los países. Pero, como dije, se pueden hacer cosas interesantes además, claro esta, de fumar un poquito. Entre todo lo que hicimos que no he contado, cabe destacar el día antes del cumpleaños de mi compadre Iñaki. Esos días fuimos a visitar el sector del sunset y allí conocimos un grupo de chavales de esos que no hacen otra cosa que fumar porros durante días y días. Eran chavales majos, a pesar de su actitud, y entre todos ellos destacaba un francés que se había tirado dos meses en la isla trabajando en una granja ecológica por el mero placer de hacerlo. Había estado dos meses en la misma guest-house, y ahora que se marcha de vuelta a Francia, la familia que le había dado alojamiento le había preparado una fiesta de despedida. Trajeron a un monje para la celebración y nosotros fuimos invitados. Comida gratis y porreteo también gratis. Una suerte. El rito, lo que recuerdo del el, consistía en unos cánticos y rituales en la que la gente se colocaba unas pulseras y se deseaban suerte para el resto del ano. Fue interesante. Y eso es todo lo que quería contar para aclarar que la estancia en Don Det ni fue tan terrible, ni fue tan fuemteada.

Ahora al lío, a explicar estos últimos días. De Don Det cogimos una minivan hasta Pakse. Aquí pasamos una noche y al día siguiente alquilamos una moto para recorrer los alrededores. Del primer día solo destacar lo absurda que puede llegar a ser la gente dondetiana. En la isla conocimos a unas francesas, de esas tipo princesa, cuando las volvimos a ver aquí, y nos dijeron que no sabían montar en moto las invitamos a pasar los días con nosotros. Ni dijeron que si ni dijeron que no. Cuando terminaron la cena, se marcharon sin decir nada. Aparte del evidente rechazo, cosa que puede molestar a cualquiera, fueron las formas. Pero, aunque, dado lo rebuenas que estaban, nos hubiese gustado echar un polvo con ellas, me alegro que decidieran no venirse y no insistiesen en ello. Como se vera mas adelante, la aventura fue demasiado dura como para tener que soportar las quejas de dos absurdas princesitas de medio pelo que se creen alguien por ser francesas y por estar buenas.

Al día siguen de ser ignorados de la peor forma posible nos pillamos una moto y salimos hacia nuestra aventura. Con toda la carretera por delante, la primera parada del día la hicimos, como no, en una catarata. Laos, al igual que Camboya, esta haciendo un buen trabajo. Excepto lugares como Don Det y una parte de Vang Vieng, en su mayoría están explotando el turismo ecológico y de aventura. La vista de las cataratas era preciosa, unos cien metros de caída del agua en dos puntos diferentes. Yo estuve en uno de los puntos más altos de las cataratas y pude asomar el hocico y ver su verticalidad. Impresionante, no hay más palabras.

Después de eso, nos aventuramos hacia el Bolaven Plateau, una enorme meseta desde la que se pueden disfrutar varias y variopintas vistas. El recorrido esta sembrado de plantaciones de café y de, como no, otra vez, varias cascadas. A pesar de haber varias plantaciones de café, cuando decidimos para a tomarnos uno, nos dieron un nescafe. Cosas de la globalización. La tarde avanzaba y nosotros como si nada. Mas preocupados por comer y disfrutar del camino que de darnos cuenta que estaba atardeciendo. ¿Y qué paso? Pues eso que la tarde se convirtió en noche. Además para más detalle, el depósito de gasolina estaba en las últimas. Ahora me río, pero en el momento mi cabeza pensaba en buscar un sitio donde dormir en medio de la nada, sin comida, sin saco, y con apenas agua. Intentamos entablar conversación en un poblado y con la gente que nos encontrábamos por el camino, y digo camino, porque a eso no se le puede llamar carretera. Pero nada, las barreras idiomáticas y la noche. Nosotros, con la única luz de una luna casi llena y la luz de la moto, seguíamos y seguíamos camino alante, atravesando incendios controlados, por llamarlos de un modo, ya que aquí, cuando se acerca la temporada de lluvias le prenden fuego al monte para que después de la lluvia crezca mas pasto para el ganado. Sin alarmarnos y con el buen trabajo de Iñaki al manillar, por fin nos aproximamos al primer pueblo. Serian las ocho de la tarde y como en el pueblo, que ni siquiera sale en el mapa que tenemos, porque es un simple cruce de carreteras con una para de autobús, estaba casi todo cerrado. Antes de decidir seguir adelante por una carretera normal, pero sin iluminación, intentamos buscar un sitio donde dormir y cenar algo, ya que, estábamos reventados. Nos costo bastante hacernos entender, y si no hubiese sido por un chaval que nos acompaño hasta el único sitio que había en el pueblo, cuyo cartel estaba escrito en Lao, imposible de comprender para nosotros, no hubiésemos llegado. Tras las formalizaciones, también nos fuimos a cenar al único sitio que estaba abierto. Ambos, tanto el hotel como el restaurante dejaban bastante que desear. Pero era lo que había y nos los quedamos. El primero era una casa normal en la que nos dejaron un cuarto sin preguntarnos nada a cambio de lo que serian cinco euros. En el segundo solo nos ofrecieron arroz blanco frió, una lata de sardinas y un par de huevos duros para cada uno. Aún así, el asqueroso menú me supo a gloria, aunque mis tripas no pensaron lo mismo.

Tras una mala noche en una incomoda cama, sin poder ducharnos tocaba ponerse en marcha. Una cagada en un sucio baño y de vuelta al mismo restaurante. Donde apenas nos dieron un café y unas insípidas galletas. Tras esto, decidimos volver a la meseta a ver por donde habíamos andado por la noche. Algunos incendios estaban aun en activo y visitamos un par de impresionantes cascadas. Después volvimos a la carretera y decidimos saltarnos una etapa para descansar un poco después del palizón del día anterior. Antes de llegar al pueblo donde teníamos pensado parar, nos detuvimos a comer en un bar de carretera. Y como no, otra vez mas cascadas... ¡¡¡joder!!! Laos y sus cascadas. Allí nos quedamos un rato sin hacer nada, intentando ligar con unas chicas locales que impresionadas por nuestras barbas y nuestra pinta de hippies intentaron hablar con nosotros. Pero ni ellas hablaban ingles, ni nosotros hablamos lao. Una pena. Tras el descanso, ya por carretera fuimos hasta Sekon el pueblo donde decidimos parar a dormir. Serian las tres de la tarde cuando llegamos. Nada que ver con el día anterior, ni por la carretera, ni por la sensación de estar perdidos. En el hotel que pillamos, gracias a Shiva, nos pudimos duchar. Aunque el hotel también dejaba mucho que desear. Eso si al menos, esta vez solo nos cobraron un pavo y medio a cada uno. Además por la noche contamos con la visita de un par de ratas que intentaron apoderarse de los restos de comida de nuestra basura. De la cena de ese día no tengo nada malo que decir. Dado que se trataba de un pueblo medianamente grande, la oferta era mucho mayor que la noche anterior. Con todo, comimos en un hotel un buen plato de Tai-Pai y nos fuimos a sobar la reventera que llevábamos. No sin antes comprar las galletas que sirvieron de cena a nuestras compañeras de cuarto. Dos ratas mucho mas amables y simpáticas que las ratas francesas (si lo se, se que hay resentimiento).

Al día siguiente, día de hoy, habiendo dormido uno mejor que el otro, y tras un buen desayuno emprendimos la vuelta a Pakse. Otra vez por una buena carretera, que nos ha hecho olvidarnos de los caminos polvorientos del primer día y de las carreteras por las que circulamos en Camboya, sin prisas pero con ganas de llegar dado el cansancio, parando en algún pueblo que otro para tomar café y comer algo y en, para variar, otra cascada, hemos ido hasta uno de los peores sitios que he visto hasta ahora en todo mi viaje incluyendo todos los países y lugares en los que he estado. Pensando que iba a ser un buen sitio, hemos ido hasta una reserva natural, hemos pagado la entrada y lo que nos hemos encontrado ha sido un puto zoo humano. En medio de la nada, con inversión extranjera, una empresa también extranjera ha montado un resort al rededor de una cascada. El sitio además de su evidente artificialidad ofrecía la vista de la cascada, un caro restaurante y un museo étnico. Y ese es el zoo humano: hacer fotitos a los indígenas. Lo peor de todo es que habían juntado a varios grupos étnicos diferentes, cada uno en su cueva-jaula, todo para el deleite del turismo. Una delicia. Asqueados y cansados, hemos pillado la moto y hemos llegado, otra vez con el depósito al pelo, hasta Pakse. Donde me encuentro escribiendo esto, sano y salvo.

Dos ultimas cosas antes de terminar. Primero, chapo, o como se escriba, por Iñaki, yo no he sido capaz de conducir la moto. A pesar de que he conducido moto en mi adolescencia, cuando llevo a alguien me emparanoio mucho. Si voy solo y me caigo, pues es mi problema. Pero cuando llevo a alguien... la cosa cambia. Segundo, estamos enteros y de puta madre. Se que hay gente que le puede preocupar lo que acaba de leer. Pero que no se preocupen, aunque algo alocados, somos bastante responsables. Estas son las aventuras que se recuerdan, las visitas a los museos pasan muy rápido al olvido.

La aventura sigue, mañana al norte...

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