amanece este soleado domingo
un sol brilla en el firmamento
y nosotros nos perdemos
en los bosques de la pedriza
buscando la fricción, esa erosión
que sufrirán nuestras manos
hasta hacerlas sangrar en cada pegue
contra los bloques de granito
los nuevos amigos, los espartanos
y algunos manoteros
compartiendo, aconsejando, flaseando
todos juntos, en un ecosistema diferente
de los días de cuerda
ni mejor ni peor, tan sólo diferente
hasta que el sol se va
y su caída nos devuelve a la ciudad:
nuestras rutinas, ese día a día
del que cada fin de semana huimos