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miércoles, 26 de enero de 2011

LA INDIA: Un Tímido y primer resumen.

A punto de coger un avión que me llevará a un nuevo destino, a una nueva aventura me propongo a hacer un tímido resumen de como han sido estos casi tres meses en el subcontienente asiático.

Todo empezó el tres de noviembre del 2010. Por aquel entonces hacia calor y la primera impresión que tuve fue el fuerte olor a diesel que había en el aire. Ese aire, el de Delhi, en esos primeros instantes me resultaba irrespirable. También recuerdo los primeros momentos en el barrio Lapaj-Nagar, tratando de buscar por mi cuenta la casa de Jaime y Patricia, ya que, el móvil no me funcionaba y no conseguí llamar a Jaime para decirle que ya había llegado al lugar donde habíamos quedado. Al principio sentí, como en cualquier otra ciudad grande, la indiferencia de sus ciudadanos, hasta que sentí esa generosidad y hospitalidad que hacen famoso a este país cuando un chico, de poco más de veinte años, me presto su móvil para llamar a Jaime. El resto de mis experiencias en Delhi ya las he contado en las entradas de este Blog. Pero nunca olvidaré ese primer día y la generosidad de aquel chaval.

En tres meses se pueden hacer muchas cosas. Pero por mucho que creas haber visto, en seguida te das cuenta de que no has visto nada. Este es un país enorme, un país de países, en el que necesitas varias vidas para visitarlo entero.

Mis primeros días fuera de Delhi fueron días solitarios. Estuve viajando por lugares donde el mochileo no existe. Lugares de turismo indio en el que andaba bastante perdido y acompañado por una fuerte diarrea que hizo de esos días una prueba de fuego. A punto estuve de tirar la toalla y volverme, con el rabo entre las piernas para España, pero, gracias a una palabra, memoria, no deje que uno de los sueños de mi vida, sueño que me costo hacer que fuese real más de cinco años, se fuese por la taza water, junto con aquella incesante diarrea, a la primera de cambio. Tras abandonar Shimla en un segundo viaje en autobús local, que nunca olvidaré, y llegar a Risikesh las cosas empezaron a cambiar. Y poco a poco, el tiempo empezó a pasar sin ser visto.

Ya en Delhi había conocido a dos excelentes personas. Una pareja de Logroño a la que nunca olvidaré y a la que espero ver pronto. Pero sólo fue un día y yo marche hacia los lugares de turismo Indio mientras que ellos marchaban hacia otras latitudes. Nos dimos los e-mailes y nos despedimos con un abrazo y una sonrisa. Tras mi soledad en Chandigart y Shimla, fue en Risikesh donde empecé a conocer a otros viajeros y desde Pushkar, donde me volví a encontrar con la pareja de Logroño no volví a estar solo, salvo en algunos momentos, en todo el viaje. Pero no es este el lugar para hablar de lo sucedido en estos meses, eso ya ha sido dicho en las entradas anteriores de este blog.

Más allá de Delhi, de todo lo que he vivido, por orden, nunca olvidaré los siguientes momentos:

De Chandigarht, la diarrea que no me dejó casi ni respirar.

De Shimla, la conversación metafísica con Mannu, la primera persona india con la que mantuve una conversación que no tenia nada que ver con transacciones económicas y ese viaje en autobús por las laderas de aquellas montañas, cuyo nombre desconozco, con esos dos chavales de Liverpool, que aunque al principio me resultaron algo estúpidos y demasiados ingleses, luego, tras compartir unas cervezas en Risikesh, resultaron ser bastante simpáticos.

De Risikesh, a Mr. Fantastic, el simpático dueño de la tienda donde casi todo era posible, y compraba todo aquello que me hacia falta; a Savash, el angelical camarero del Ganga River View Restaurant; aquel italiano cuyo nombre no recuerdo con el que mantuve otras conversaciones metafísicas; las chicas formenteras y el indio-catalán que no llegue a conocer bien porque no se dejaba, y al que volví a ver en Gokarna.

En Jaipur, aunque nuestra amistad no duró mucho por tener diferentes itinerarios recordaré a Yami la cubana y su novio holandés; y aquel extraño venezolano que me pareció el peor de todos los yonkis occidentales con los que me he cruzado. Y aquel pasaje del terror, donde se acumula toda la miseria e inmundicia humana, que era el puente que había camino de la estación de tren.

La primera vez en Pushkar fue donde empezó lo mejor del viaje. Fue cuando me reencontré con la pareja de Logroño y tras eso pasamos más de un mes juntos. El día que el agua de la lluvia que no paraba de caer, sorprendiendo a la gente de la ciudad porque no era el momento, ya que el monzón había pasado, nos llegó hasta las rodillas a Luis y a mi cuando volvíamos de Ajmer de pillar los billetes de tren para bajar a Gokarna. Los primeros acordes de la guitarra de David, otra de las personas que no puedo decir más que me alegro de haberla conocido, acompañado la guitarra de Amenab, la única persona india que realmente he llegado a conocer hasta el momento. Haber conocido a Alexandra, la catalana con los ojos más bonitos y una de las personas más dulces que he conocido en estos días. Y aquel día en que el dios de la familia que regenta la guest-house donde estábamos hospedados se metió en el interior de uno de los hermanos.

De Gokarna, aquel interminable viaje de 32 horas que nos llevo allí desde Ajmer. El colgante que me hizo Gina, una de las formenteras que conocí en Risikesh, que lo único que puedo decir de ella es que lamento no haberla conocido más. La indiferencia de David ante el mundo Hippie de la playa y como salió huyendo de todo aquello en una aventura que le llevó de Hampi, de donde también salió huyendo con una herida infectada en un pie, de nuevo hacia Pushkar. Los hermanos canarios, en especial las locuras de José, como cuando salto del barco que nos llevaba de vuelta a Kudle-Beach desde Paradaise-Beach para nadar con los delfines mientras su hermana Xiomara gritaba por las locuras de su hermano. Y todos los atardeceres, en especial aquel día que Luis, José y yo fuimos a ver a las rocas que hacían esquina en uno de los bordes de la playa, que, desde ese momento me lanzaron a buscar la caída del sol en el resto de los lugares de la India, veíamos desde la playa antes de cenar y las hogueras que se montaban en la playa, en ese mundo hippie que David tanto detestaba.

De las Jog-Falls, me quedo con la pequeña aventura río abajo con José el canario y los 3000 escalones que había que bajar para luego volver a subir para acceder a la base de las cataratas. El viaje en moto en el que se nos rompió el cable del embrague de la moto con la que esta increíble persona se llevaba recorriendo durante seis meses la India. La tortilla de patata que nos hizo Xiomara en el restaurante de aquella entrañable señora, sorprendentemente soltera a los 38 años para estar en la India. Y el día que camino de Hampi a Luis le robaron la mochila, que sorprendentemente reapareció con lo más importante, en una de esos lugares de la India donde el turismo no existe.

En Hampi viví mis mejores momentos. Esos increíbles atardeceres desde el tipi guest-house. Las escaladas con Greg, Cofee y Lucas, y el resto de los escaladores que conocí. Aunque ya los había visto en Gokarna, haber conocido bien a Joakin, Tania, Rocio y Estefano. Los templos y sus vistas. El comienzo del cuaderno rojo. Los alemanes cuyos nombres no recordaré nada más que consultando el diario. Ese lento caminar de las horas, que de tan lento que iban me dejaron atrapado casi tres semanas en las tierras donde Hanuman, el dios mono, nació y con su rabia colocó las rocas de la manera más extraña que he visto. A Anabelle, una preciosa francesa, que tuvo que salir huyendo de la desidia que los porros le provocaron en esos días rumbo a sus destino. El lago y el subidón de adrenalina que me dio en cada uno de los cinco saltos que di. Los viajes en moto con Luis. La despedida de Luis y Viole, en la que se me escaparon unas cuantas lágrimas. Y todos esos viajeros hippies de todas las partes imaginables del mundo, en especial el individuo de Zimbawe, la persona más santi que he conocido en mi vida, con los que compartí unos instantes y pequeñas conversaciones.

De Udaipur, me quedo únicamente con Mirko. Sorprendente que nos hayamos conocido. Esta persona y yo compartimos amigos y conocidos en Madrid y estando los dos en la India de algún modo u otro teníamos que cruzarnos y descubrir los lazos que nos unen. Compartimos el final de su viaje por el subcontinente y es, una de las personas que más me alegro haber conocido en estos tres meses. En seguida conectamos y pasamos unas semanas juntos. Compartimos ciertas infecciones de estómago y un incesante fumeteo. Pasamos un inexistente fin de año juntos y fue otra de las personas de las que me he despedido con lágrimas secas en los ojos con la esperanza de volver a vernos.

De la segunda vez en Pushkar, sentir como el retorno a un lugar donde uno es reconocido le facilita las cosas, no sin negociar. Las locuras del padre de la guesthouse donde me volví a hospedar. Las cometas volando el aire en cada atardecer, los templos que en la anterior vez no pude visitar por la lluvia y la voz chillona de uno de los guardas de uno de los templos cuando nos hablaba de miles de inentendibles cosas y situaciones colocado por un special-lazy. Volver a ver a Alexandra y conocer a su novio indio y la impresionante y tranquila farm-guesthouse que tienen en las afueras del pueblo

De la segunda vez en Delhi, lo primero es el frío. Nunca pensé que en la India podía hacer tanto Frío como el que hizo en esos días. Conocer a Patricia y su generosidad compartida con la de Jaime. El Rencuentro con Paloma y ese tremendo retraso de 17 horas de tren que sufrimos para llegar a Varanasi.

En Varanasi, los primeros días, el frío y la niebla también estuvieron presentes. Pero hubo momentos muy buenos. Un segundo reencuentro con los de Logroño. Los colocones de special-lazy, en especial el de Paloma. El misterioso reencuentro con Joakin, ya que, en la mañana del reencuentro acababa de hablarle a Paloma de él y un par de horas después me lo encontré por los gaths del Ganga. Como la gente, indios y no indios, flipaban cada vez que Joakin se paraba a tocar su instrumento, un Hang (creo que se llama y se escribe así), y como consiguió que le grabasen para una película en una de esa extrañas casualidades que sólo suceden en la India. Volver a ver a David. El burning gath y los vendedores de drogas que purulan a su alrededor ofreciendo todas las drogas inimaginables. Y sobre todo, la incontable cantidad de cometas que hay en cielo en el atardecer.

A la salida de Varanasi he vivido mis peores momentos. Otra vez estuve a punto de tirar la toalla. Visitamos, Paloma y yo, lugares que se salen de la ruta mochilera y que se encuadran, a excepción de Risikesh y Haridwar, dentro del turismo más clásico. De Khajuraho me quedo con el paseó en bicicleta, el colocon de lazy, y con el cabrón de la guesthouse que nos compro mal uno de los billetes de tren. Pero no fue su culpa. Fue nuestra culpa por no haber hecho las cosas nosotros mismo y delegar en otros lo que tendríamos que haber hecho nosotros.
De Fatehpr-Sikri, aparte de la impresionante belleza del muro de la mezquita, lo mejor fue la sorpresa y estupor que Paloma causaba en los habitantes del pueblo.
De Agra, sólo me quedo con la decepción que me causó, como ya he contado entradas atrás, el Taj-Mahal.
Y de la segunda vez en Risikesh y Haridwar me remito a la entrada anterior en el blog.

De la tercera vez en Delhi. Las compras de Paloma por el Pahar-Gang y Old-Delhi. Como me trotó en la búsqueda del regalo perfecto. Pero sobre todo me quedo con la alucinante generosidad de Jaime y Patricia. Como me han dejado la casi sin que ellos estén para que pueda disfrutarla y me ahorre los gastos e incomodidades del Pahar-Gang.
De la despedida de Paloma, sólo puedo decir lo que leí en un libro de Eugenia Rico que se llama en el país de las vacas sin ojos, y que toda persona, en especial las mujeres, que hayan estado en la India deberían leer: "En toda despedida hay un momento en que uno de los dos ya no está". Eso es lo que sentí mientras nos abrazábamos y de mis ojos caían más lágrimas secas. Paloma, sé que la nuestra es una amistad de las de Verdad, sé que estarás en Madrid cuando vuelva. Así que no fue una despedida, fue un hasta luego.

Probablemente olvido muchas cosas, muchas situaciones y muchas personas. Lo que ha quedado aquí resumido no es lo más importante, pero si lo más significativo, lo que más me ha marcado y lo que puedo recordar con más facilidad en este momento que lo escribo. Hay cosas que han quedado afuera porque están en todas las partes de la India. Es imposible no olvidar a los monos callejeros, a las vacas que caminan por la ciudad como si fuesen un peatón más, a los perros callejeros asustadizos de día y fuertes y peligrosos de noche, los shadus, los mendigos, los pequeños chais de cinco rupias, el color de los saris de las mujeres, y un largo etcétera imposible de recordar ahora. Son pequeñas cosas que se irán recordando poco a poco, a medida que el tiempo avance cuando ya este de vuelta en casa en mi vida de siempre, si es que algún día vuelve a ser la misma. Y no puedo olvidar todos los viajes, tanto en bus local como bus nocturno, y esos increíbles viajes en tren. Uno no conoce la India si no viaja en transporte público. Es imposible.

Una vez escuchando una conversación ajena, alguien comentaba que la India es la mayor democracia del mundo. No por el sistema en sí. Sino porque en la India conviven todas las religiones, razas y modos de vida imaginables que pueda haber en todo el mundo. No puedo estar más de acuerdo en esto.