Fue un día de octubre de dos mil no me acuerdo.
Había perdido, por suerte, aquél trabajo y
el finiquito había dado una fuerza inesperada
a mí cuenta corriente.
Nada que hacer. La ciudad sólo ofrecía
los mismos excesos de siempre:
noches sin fin bañadas en alcohol y cocaína
tratando de encontrar esa mujer inexistente
que me hicierá cambiar. Nada.
Entonces, siguiendo uno de esos
impulsos vacíos que no lleva a ningún lugar,
justo donde quería ir, sin más compañía
que de la sombra imborrable del ayer,
sin expectativas, sin saber el motivo,
lejos, hasta un país soñado,
India, origen de todo,
marché.
jueves, 5 de enero de 2012
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