Huir: cambiar de celda.
Andrés Neuman
Tras mi pequeña huida
a los montes y el relajo de San
Rafael,
vuelve a tomar presencia el abismo.
Muchas son las horas
en las que una insana locura
arremete con fuerza
enseñando sus rabiosas fauces
en una ventana abierta
de un onceavo piso.
No es la falta de dinero.
Mucho menos la absurda necesidad de
un trabajo.
Es el miedo. Un miedo disfrazado
con su habitual traje de
responsabilidad.
Esa es la celda en la que vivo.
Lo único que cambia
es el patio de recreo
donde salgo a descansar.
Y de aquí, asumámoslo,
no existe posibilidad de huida.