Lunes. Un tranquilo lunes de julio.
La calle silenciosa descansa del calor
que está por venir. Son la siete de la
mañana,
saludo al nuevo día con un café en la
mano
de pie, ante la ventana abierta.
A pesar de los malestares programados,
los malentendidos, las resacas, los
nadaquehacer,
he de decirlo, amo la vida, amo con
devoción religiosa
esta vida que permanece, que no es, que
sólo está.
Las mañanas de verano, ahora,
silenciosas,
salir a pasear por la calle y los
parques del barrio
y no ver nadie, tan sólo
otros nadies como tú, otros que no se
distinguen
del perro que pasean.
Luego ya vendrá el calor, el televisor
y el sofá.
La espera de la tarde en la que
repetir.
El verano en la ciudad, un ciclo muerto
de sucesiones repetitivas, todos los
días
la misma ausencia de quehacer