Primero el pie izquierdo,
después el resto. Un mal comienzo que ignoró el plan propuesto. Un
plan absurdo, sin sentido, que pretendió, en su elaboración darle
todo el sentido a un día que aún no había comenzado. Y ahora, el
calor. Otra vez el calor, el verano. Nada que hacer. ¿Cuántas veces
habré escrito en estás últimas entradas la palabra calor, la palabra
verano, la noción nada que hacer? Incontables. Así se dibuja el
porvenir. El porvenir que deviene en la misma nada que, día a
día, se pretende evitar. Un día de persianas bajadas.
¿Cómo, y para quién, estos días muertos en los que nada pasa?