Tres amigos de siempre
y dos nuevas incorporaciones:
tú, mi niña de ojos pardos, y ella
acompañando a uno de los otros.
Todos entorno a una sobremesa,
los momentos de silencio no incomodan,
se rellenan con astuta calma,
bastan miradas y risas:
poco nuevo hay que decir
que no sea uno de esos
remontes nostálgicos
que este pueblo
nos trae a la memoria.
La panza bien llena por la pitanza
asada en la barbacoa, las piernas
cansadas por el paseo campero
y la cabeza viajera de tanto porro.
¿Qué más se puede pedir
para pasar un buen fin de semana
de invierno?