ESCRIBIR UN DIARIO NOS AYUDA A OLVIDAR LA ILUSIÓN DE TENER UNA VIDA PRIVADA
(ricardo piglia)

HAGO MI FICCIÓN PARA QUE SEA CIERTA
(pentti saarikoski)

martes, 15 de mayo de 2012

ANIMALES DE COMPAÑíA


Toda la tarde aguantando el calor, la ola de aire africano, el aviso al verano asfáltico que nos espera, encerrado tras las persianas con un libro que no lees, más bien, lo ojeas hasta que, en un momento en que parece que el calor, ya por fin, empieza a amainar, sales a pasear el perro. Ya en el parque con un porro humeándote en la mano, miras ensimismado el cielo. Se ha quedado una buena tarde. El sol del atardecer brilla entre las nubes. No hay nada que hacer. Algo que te encanta. Tú, te dices, en un intento de imitación poética, naciste para esto, para observar los atardeceres. El perro, como suele hacer un perro, a lo suyo, olisqueando todos los árboles y dejando su rastro en cada uno de ellos. Te sientas en uno de los bancos del promontorio, fumando, procurando no pensar mucho. Pocas cosas hay que alteren tu ensimismamiento. Observas la nada, la caída de la tarde, aquello que te rodea. En un extremo de tu visión, un grupo de ecuatorianos juega en las canchas al ecuavolley, o como quiera que se llame esa variante del voleibol que ellos practican. Familias con los niños en los columpios. Adolescentes que empiezan a separarse de sus padres para fumar o meterse mano. Jubilados que pasean con la lentitud propia de su edad. Poco más. La postal típica de cualquier parque del extraradio. Permaneces hasta que se va el sol. Otro día más que se acaba. Es hora de volver. Llamas al perro, hace tiempo que le has perdido la vista. Al rato viene, como siempre, insultantemente feliz. Es un perro.