A veces, apesar de sus
ojos, de su sonrisa, de su dulce voz,
tiene la virtud de acabar
con mi paciencia:
en medio de un poema,
me llama por teléfono y
lo rompe, el poema,
en mil pedazos
irreconciliables.
Qué dice, nada. Una
absurda lista de sandeces.
Palabras sin sentido que
llenan mi cabeza
borrando todo rastro de
lo que andaba escribiendo.