Empiezas una línea sin
saber a dónde va llevarte. No lo tienes claro. Quieres ir. Marchar.
Partir. Salir echando pestes. Pero... a dónde. Estiras el tiempo de
la despedida mientras decides hacia cual de los puntos cardinales
estirar tus pasos. Algo sin lógica. Una excusa en la que retenerte.
Todavía queda, después de todo, algo vivo, algo que permanece
oculto, entre tus manos. Eres consciente de ello. Sus pulsaciones
percuten en tus palmas. Su llamada aún es audible. Un susurro que
escuchas al despertar. El sonido de la hierba que crece y agrieta el
suelo de asfalto por el que ahora caminas sin saber dónde detenerte.
La puesta se alarga. Su belleza es innombrable. El verso nace, se
estira en pos del infinito. Un tren de mercancías sin carga que
transportar, sin estación término a la que arribar. Qué le vas
hacer, eres así, no tienes finalidad.