Como el tiempo,
que sin transición
meteorológica
pasa de incesantes
lluvias y temperaturas
casi bajo cero
a un cielo libre de nubes
con más de veinte grados
a las diez de la mañana.
Así fuimos,
variables e inestables.
Pasábamos
de la cándida calima
de las caricias y los
besos
que nos dábamos
a la tormenta seca
de los gritos y reproches
que nos lanzábamos.