Recuerdo una vez en invierno.
Estaba por Lavapiés, era jueves y había salido a tomar algo con unos amigos.
Como siempre no teníamos dinero y nos conformábamos con estar en la calle
bebiendo las latas de cerveza a un euro que venden los denominados lateros. La
mayoría de ellos en esta zona de Madrid suelen ser de Bangladesh. En estas
estábamos sentados, mis amigos y yo, en uno de los bancos de la calle Argumosa viendo
pasar la vida. La gente pasaba rápidamente, apresurados por el frío. Los lateros
abundaban y apenas vendían nada. Uno de ellos, después de vendernos cinco cervezas
por tres euros, se sentó con nosotros y trato de comunicarse. Nos conto su
viaje desde Bangladesh hasta España. Un viaje de dos años, atravesando
fronteras por India, Pakistán, varios países de oriente medio, el norte de
África y de ahí en patera hasta Almería. Un viaje de sólo ida por el que cualquier mochilero europeo sueña con hacer. Su
sueño era distinto, un sueño de supervivencia, de hambre. Su sueño no era el
viaje, ni el trayecto, ni la experiencia acomodada del mismo. Su sueño era el
destino, el viaje es ceniza dispersa,
nosotros somos sólo ida. Un destino imaginado que le mostró una cara
distinta de la que ya no puede escapar. Solo
ida, el ya no puede regresar. Yo acaba de llegar de un viaje de seis meses
por India y el sudeste asiático y me sentí estúpido.
Qué distinto. Nosotros y ellos. Nuestros viajes los
suyos. Nuestra hambre de la suya: no me
basta el mañana, yo quiero toda la vida. Tan agobiados estamos de todo que cuanta más vida queda, más tiempo hay
pendiente. Siempre tan pequeños, bípedo
sin alas, tan espantado a muerte de la muerte, agobiados por las exigencias
del calendario, un cuadro abstracto, el
tiempo convertido en un suplemento, porque así son las cosas y nosotros más pequeños que ellas. Pero algunos
lo saben, la rareza se aparta de la
costumbre, son los solitarios que se
conocen rápidamente. Los que entienden a los otros. Los que saben de las
proezas anónimas que nadie cuenta, que se guardan en un recuerdo: para que vivir lo ya vivido y decir lo que
ya ha dicho.