Tengo que escribir algo, mis fans me lo
piden:
ey, tío, hace un par de días que no
escribes nada,
echamos de menos tu grandiosa poesía.
Lo siento, les digo, es que no se me
ocurre nada, últimamente ando corto de inspiración.
Llevo una vida monótona, una vida gris
sin aventura.
No os preocupéis, lo voy a
intentar siguiendo un consejo de Manuel Vilas:
aplicar la pereza
planetaria como gran poética.
Eso es, voy a ser idéntico al hombre
que duerme de Perec,
voy a contaros la nada en la que me
sumerjo día a día,
mis paseos por las calles desiertas de
mi barrio un día laborable,
observando indiscriminadamente todas las cosas sencillas que me rodean:
esas mujeres mayores que ya han pasado
la mediana edad
cuando bajan en bata a hacer sus
mandados. Las amo.
Cuando envejezca quiero ser una señora
mayor, ser un ser despreocupado
de toda moda, de toda tendencia, de todo aspecto externo.
No me digáis que no son encantadoras, tan felices con sus rulos y su guatiné.
Tanto como esa ropa vieja, esa
ropa desgastada, ropa de mercadillo
que cuelga libre, sin que nadie las
pretenda, de las ventanas.
Mañana es martes, ya lo veréis, mañana
ponen el mercadillo del barrio,
con sus gitanos, esos si que son
libres, siempre de aquí para allá,
siempre con sus ofertas de saldo. Mucho
tendrían que aprender
los promotores de ventas
de los gitanos,
estos si que saben como
vender.
Lo mejor son las
chicas de la limpieza sudamericanas.
Tan gordas, tan sobradas
de carne que es toda una exuberancia.
Un banquete majestuoso de
lujuria.
Siempre están, en el
parque, cuidando unos niños que no les pertenecen.
Educándolos, creando unos
seres consentidos, pues ellas les dan todo,
pueden hacerlo, no son
sus hijos, a ellas que más les da.
Esos niños serán los
revolucionarios del futuro. Ahora lo tienen todo,
pero el día de mañana,
cuando se enfrenten a la realidad,
esta triste abundancia de
miseria en la que sobrevivimos,
lo querrán seguir
teniendo todo, y no podrán, entonces se levantarán.
Esas eran mis mañanas,
mis tardes, mis días enteros en los que no hacía nada.
Pero esto ya se ha
terminado. Ahora todo es más tétrica, mucho más teatral.
Desde donde estoy, me resulta casi imposible
encontrar la poesía.
Sé que ella, la poesía,
está en todas partes, está allá donde uno la
quiera encontrar,
pero es que ahora estoy
recibiendo un curso del paro:
técnico en energías renovables.
Es como volver al
colegio, una época que no quiero recordar,
Además, el curso me
absorbe toda la fuerza mental.
Me tiro toda la mañana
intentando escalar un muro enorme
de una fría piedra con
la que es muy difícil discutir.
Joder, y que no se me
olvide, hablando de exprimir la mente, he de decir
que estoy en una lectura
colectiva del Antiedipo de Deleze y Guattari,
esto si que es una pelea a muerte de
verdad, un desafío intelectual, un ocho mil.
Quien lo conoce sabe lo
que digo, y quien no lo conozca,
que le eche un par de
huevos, u ovarios, según lo que le toque.
Es mi consejo. Lo otro
no, lo otro es una imposición
a cambio de cuatrocientos
tristes euros. Ya os podéis imaginar
la naturaleza del
chantaje. Sales de la lista de parados,
te aparcan, con otros
quince más, en el sótano de un colegio público.
Esta es la razón por la
que escribo poco
y tiro de poemas malos
que escribí hace tiempo.