Me gusta este silencio que se está formando,
siempre me gusto el silencio.
Un silencio de verdad sólo puede ser un
silencio de palabras,
un silencio lleno de ruidos no incómodos:
el silencio del viento rozándote la
cara,
soplandote en las orejas,
llegándo su brisa al mismo oído;
soplandote en las orejas,
llegándo su brisa al mismo oído;
el silencio de una tarde de verano,
nada más que tenues murmullos llegando a tu ventana;
nada más que tenues murmullos llegando a tu ventana;
o el silencio de la misma tarde cuando
se apaga,
esas voces y risas que suben desde el parque.
esas voces y risas que suben desde el parque.
Un silencio que al hacer surgir el poema certifica su misma defunción.
Aparecen ellas otra vez llenándolo
todo:
se termina el viento, una barrera
invisible se ha formado en tu oído
ni los murmullos de la tarde ni las
risas del atardecer
ni siquiera la música que pusiste para
intentar acallar a todas esas palabras
que no cesan de buscar cómo llegar a ser poema.