Escribir, todo el
tiempo escribiendo. Sólo eso, nada más que eso.
Escribir, no vivir: imaginar un mundo
de palabras en palabras.
No vivir, contar lo que sucede dejando
escapar todo lo demás.
La literatura, la quimera en la que se
desvanecen mis días.
Tras el trabajo, retorno a
mi soledad, me enfrento al laberinto.
Pierdo las horas restantes del día en
una búsqueda inútil:
alcanzar una inmortalidad momentánea
que me haga salir de la futilidad que
supone estar vivo.