Lo
inmediato es la huida.
Desde
lo más profundo del interior hacia lo más alejado en el exterior:
más
allá del borde mismo, ángulo de noventa grados, del horizonte.
El
grito que no vuelve, un grito en campo abierto, en pleno desierto.
Ninguna
carencia. Puro exceso que excede, sobremanera,
el
límite de la subsistencia básica. Stock en abundancia.
El
rigor de ser en con otros, sin vía de escape, sin línea de fuga.
Todo
vuelve multiplicado por infinitas potencias
que
se suman y suman a este cuerpo sin límites de la propia abundancia,
la
excesiva locura: el ser y ser en con otros, un cuerpo sin forma
tras
las máscaras de la abundancia.
La
excesiva locura, la incesante locura que gira y gira
siempre
hacia dentro. De allí, nada sale.
El
reloj dorado de la abundancia, desde fuera hacia dentro.
Un
consumo de estilos de vida: ser así, ser esto, ser de esta manera.
Nada
afuera. Todo dentro.
De
repente un milagro que lo explica todo:
es
el deseo, la producción de deseo, lo que viene a explicarlo todo.
Un
proceso productivo: máquinas de máquinas, máquinas en máquinas.
Eso
es todo, no hay quien le ponga freno a la historia:
desde
el comienzo, desde el primer aullido,
máquinas
de máquinas que forman más máquinas. Sólo máquinas.