Salgo de clase, del curso de técnico
en energías renovables,
el calor me golpea en la cara nada más
poner los pies en la calle.
Detesto el verano,
sino fuese por todas las
mujeres que van andando ligeras de ropa
no sé que sería de mí;
se me seca la cabeza, la
sangre se me espesa, y sólo cuando las veo a ellas
mi organismo empieza a
funcionar:
mi cabeza se humedece,
empiezo a imaginar: fluidos corporales por todas partes,
la sangre fluye
rápidamente para alimentar la ansiedad del deseo.
El resto del día es todo
sombra, esperar la noche pacientemente
envuelto en libros e
intenciones vanas:
esos poemas que se
intentan, la poética que se pretenden,
y tras un par de versos,
un silencio ensordecedor:
la mano sobre el ratón borrando la página.