Soy prisionero en
régimen abierto, lo somos todos, no sólo yo, todos y cada uno de
los que, según el caso, vivimos, malvivimos, sobrevivimos. La
situación de cada uno es, sobre todo, según como se sienta cada uno,
cada una. Es ahí donde reside el secreto, la llave de este invento.
Llave que no abre puerta alguna, ni da clave o código secreto para
abrir nada; lo muestra, eso es todo. Muestra el cómo, no el por qué. Éste no sé si existe, si es real, si es que hay una razón
para. Ni lo sé ni me importa, soy de los que sobreviven, feliz,
contento por ser quien soy, por ser lo que soy y, sobretodo, por no
ser lo que no quiero ser. Eso es importante, lo más importante, lo
único que realmente me mueve: hacer todo lo posible por no ser lo
que no pretendo. Si me dejan, que no siempre es fácil. Normalmente te
tratan de hacer, desde la escuela, en cada etapa educativa, por cada uno de los trabajos, día
a día, siempre hay quien le gusta moldear. Todo es cárcel.
Correccional: corrector de la conducta desviada. Desde la escuela, ya
lo he dicho, no nos enseñan nada, más bien, nos muestran como se ha
de ser. Disciplina social. Por eso, prisionero en régimen abierto.
Puedo deambular, ir de aquí para allá. Mi libertad me la da la
billetera, ella marca los límites a los que puedo llegar. A su vez,
los derechos no se obtienen, éstos se compran. Se adquieren en el
mercado bajo las mismas leyes de la oferta y la demanda que el resto
de los productos de consumo colectivo. Cada uno decide lo que quiere
comprar, un viaje, una coche, drogas y putas, ropa y tendencias,
libros, revistas culturales, espectáculos. Lo que sea, todo está en
venta, todo lo que podamos imaginar el mercado nos lo da. Yo elijo
caminar, salir al patio de recreo y deambular, recorrer los límites
encontrar los atajos, las líneas de fuga. Me quedo con los
atardeceres, el sol cuando se escapa tras el horizonte. Mejor, si
éste, el horizonte, es el mar, pues mis pies ya no pueden avanzar.