No tengo nada que decir,
mis ojos han mirado un punto fijo, sin detalle específico, en la
pared y el resto de lo que soy ha quedado, mudo, encerrado en ese
universo de dimensiones inabarcables.
Mis dedos ya no son unos
dedos, a duras penas pueden sujetar el bolígrafo, a duras penas
pueden pulsar unas teclas, en las cuales unas extrañas formas
gráficas que ya no reconozco aparecen desdibujadas; mis dedos, ya no
son unos dedos, son otra cosa.
Se ha producido una
fractura, tiene que ser, por fuerza eso: un desorden que trata de
reordenarse, situarse nuevamente en un territorio que no me reconoce, en el que no me reconozco.
He de aprender el nuevo
lenguaje de mi cuerpo, el código que organiza este momento en esta historia.