Una segunda lectura que
buscaba sanar un abatimiento físico y moral tras otro desamor más que se sumaba
a la interminable lista de fracasos amorosos: sólo quedan la amargura, los celos y el miedo. Sobre todo la amargura;
una amargura inmensa, inconcebible. Siempre después de esos instantes,
corazón herido, quisiésemos estar muertos, pero
hay un camino que recorrer, y hay que recorrerlo. Caminos que buscan la
explicación, una respuesta, la solución a tanto dolor. A veces una lectura
puede aproximártela: la escritura no
alivia apenas. Describe, delimita. Introduce una sombra de coherencia, una idea
de realismo. El recuerdo sobre este libro me decía que la sexualidad es un sistema de jerarquía social. Yo siempre estuve en
la parte más baja. Proletario en la fuerza de trabajo, proletario en el sexo. Como
tantos otros. E igualmente, al alcanzar mínimas cotas en el sexo creemos
ascender hasta que nos damos la hostia y estamos otra vez tratando de salir del
hoyo: tengo la impresión de ser un muslo
de pollo envuelto en celofán en el estante de un supermercado.