Tenemos al hombre de muchos nombres.
Al hombre que es muchos hombres al mismo tiempo y por separado. Cada uno de
ellos una voz, un estilo, una forma de ser por escrito. Ahora él es Álvaro que
canta al futuro: escribo rechinando los
dientes, fiero de toda esta belleza, de esta belleza totalmente desconocida a
los antiguos. No importa nada de lo que sucedió entonces, lo único
importante es presente que avanza, porque
el presente es todo lo pasado y todo lo futuro. Es la vida que avanza, porque todo es vida, desde los brillantes de
los escaparates hasta la noche.
Un escritor que contempla la
vida que sucede con alegría: miro y me
alegro de estar viendo un mar y los barcos que se alejan y vienen como símbolo
de la vida, de lo que queda: la dolorosa
inestabilidad e incomprensibilidad de este imposible universo. El océano imposible
de la vida, puerta a la huida: ¡huir con
vosotros de la civilización, perder con vosotros la noción de moral! Pero no
hay huida posible, no hay un pasado a recuperar: viajar es todavía viajar y lo lejano está donde siempre estuvo, en
ninguna parte… un punto cada vez más
lejano en el horizonte…
Un escritor que se observa a
sí mismo en el suceder del tiempo: yo que
soy un diálogo continuo; yo todo esto y más allá del resto del mundo. La vida
que sucede, de mil maneras posibles, aunque no nos guste; la vida que sólo
tiene un camino posible que es la misma vida, ocupándolo todo: todo es razón de ser de mi vida. Lo posible
y lo imposible, lo sucedido, lo que está por suceder y, también, lo que nunca
sucederá, todo eso es la vida que estamos viviendo: sea como sea, es necesario seguir viviendo ir al encuentro de todo.
No tener miedo, aunque lo
tengamos, aunque seamos conscientes de nuestros fracasos: hoy me encuentro vencido como si supiese la verdad. La vida hay que
vivirla, el mundo es de quien nace para
conquistarlo. Un escritor que, al final dará prueba de aquel intento por
vivir: y escribiré esta historia para
probar lo sublime que pudo llegar a ser