Una noche
oscura sin estrellas. Nubes opacas te avisan de la inminente lluvia.
No hay donde ir. Caminas sin más, sin destino. Sin miedo al frío te
envuelves en una vieja guerrera verde con bandera alemana. Encuentras
un veinticuatro horas. Tabaco, un sandwich de pollo para comer y un
cartón de vino barato. No tienes más opciones que esperar el
amanecer en un parque, resguardándote bajo un árbol de frondoso
ramaje. Anotas unas notas vagas en un cuaderno de hojas amarilladas
que pretenden ser poema, hasta que los párpados empiezan a ceder.
Apuras el cartón, te acomodas el cuerpo, y a dormir. Pasa un tiempo
inderteminado. Despiertas, vuelves a ser tú. Ya has dejado ese otro
mundo que apenas puedes recordar más que en pequeños detalles. La
calle está humedecida por la reciente lluvia. Ese olor te agrada, el
olor de la lluvia recién caída. Te entretienes un poco, te recreas
en ese instante mientras estiras el cuerpo dolorido. Nunca un banco
de madera será un buen colchón.