Ellos
hablan -me hablan- de la responsabilidad.
Dicen:
buscate un trabajo, haz algo de provecho con tu vida.
Ellos
no saben, no entienden.
Dicen:
no se puede ser así como eres.
Insisten.
Una y otra vez el mismo mantra:
trabaja
haz algo con tu vida, no puedes seguir de ese modo.
Ellos
no saben, no entienden.
Se
les acaban los argumentos y vuelven a temas antiguos:
termina
tus estudios o empieza cualquier otra cosa.
Haz
algo.
Ellos
no saben, no entienden
que
la vida de otros no es como las suyas,
que
la vida no es siempre como ellos quieren,
que
la vida tiene poco sentido, que poco hay que hacer por ella.
Me
miran y dicen: haber si creces, madura un poco,
que
tienes ya treinta y tantos y...
y
qué les digo yo, cuando, rara vez, se agota mi paciencia.
Después
guardo silencio. Cara de poker. Sin llevar nada.
Las
manos vacías. Un farol. Mierda en las tripas.
Solo
eso, no tengo más que eso.
Una
felicidad aparente. Una felicidad que no se pretende.
Algo
que pasa sin ser visto. Viene y, como vino, se va.
Ellos
hablan -me hablan-, pero ellos también son ellas.
Son
un genérico. Algunas de las personas que me rodean.
Ellos,
ellas, y sus máscaras. Los que no reconocen,
el
absurdo justificado en lo injustificable de cualquier vida.
Ellos
hablan -me hablan- y yo sigo con mi vida,
haciendo
lo que puedo, procurando que mi paciencia
no
se agote ni me agote. Busco un resorte, me rearmo.
Ellos
hablan -me hablan-. Yo guardo silencio.