No
sé muy bien que ha pasado.
Ya
se sabe, las relaciones son difíciles.
Tras
el partido, seguí con las cervezas.
No
mucho, quizás, tres o cuatro más
el
par de litros que había en la nevera.
Luego
para su casa. A despertarla de su dulce sueño.
No
más para que me abriese la puerta
y
con ella meterme en la cama.
Yo
un poco borracho. Ella ya desvelada, con el porro de maría
Hablamos
de nuestro día.
De
lo que no, de lo que puede, de lo que no da lugar a la duda.
Hablamos.
Luego,
por qué no, un poco de sexo.
Sexo
suave, tranquilo. Sexo con todo el amor que siento por ella.
Así,
todo caricias hasta quedar dormidos.
Al
despertar más besos, la felicidad de estar ahí y no en otro lugar.
Luego
ella nerviosa, ansiosa, intranquila.
Yo
perezoso, resacoso, con ganas de dormir algo más.
Una
incopatibilidad manifiesta, infranqueable.
Un
café, vomitar en el baño de su casa
y
a la calle sin ganas yo, con ganas ella.
Más
incompatibilidad.
Hasta
que, tras varias escenas típicas
en
las que otra vez discutíamos por todo y por nada,
esas
nimiedades que pueden convertirlo todo en nada,
sin saber muy bien por qué, aquí estoy
sin saber muy bien por qué, aquí estoy
solo
en mi casa escribiendo para saber por qué.
Por
qué todo es tan difícil,
aunque se de por hecho desde el segundo verso.
aunque se de por hecho desde el segundo verso.
Por
qué no podemos pasar un simple domingo,
con
o sin resaca, sin discutir.
No
lo sé, lo desconozco tanto
como
desconozco la mecánica cuántica del universo,
su
mecánica, nuestra mecánica.
Y
por mucho que lo intente,
por
mucho que escriba,
difícilmente
me acerco a desenmascarar
el
enigma de nuestra incompatibilidad.