Una chica de pelo corto,
estética de estrella de pop inglesa, frente a ti, en el vagón del
metro. No tiene nada de especial. Quizás, esa mirada inocente, esa
mirada de soslayo con la que parece que no mira. Es una experta, sabe
como hacerlo. Aquí eres tú el novato. Esa mirada te acerca, te
acerca tanto que ya la tocas. Ella ni se inmuta, ha empezado un juego
en el que ya has caído, te tiene donde quiere. Una amiga me contó
una vez que cuando se sentía triste se ponía guapa y salía a que
los hombres la mirasen. Quién sabe, quizás esa chica que te mira en
el metro haya tenido un mal día, y necesite que tú o cualquier
otro se lo alegre haciéndola sentirse atractiva. Quién sabe. Quizás
simplemente le has gustado, es tan vergonzosa como tú, no se atreve
a acercarse y trata, mirándote como te está mirando, que seas tu el
que se acerque. Pero tú ya lo sabes. Lo dices continuamente. No te
crees capaz. Tú dices ser de esos que necesitan un par de cervezas y
un ambiente más distendido. El metro es lugar demasiado opaco,
carente de ningún encanto cercano al romanticismo. El suyo es el
encanto de la decandencia, el otro lado del espejo del sueño del
capitalismo. También te gusta. Te encanta ese lado siniestro. Una
vez dijiste que en el metro había más poesía que en cualquier otra
parte de la ciudad. Pero este no es el lugar ideal para ligar. Ni
siquiera cuando algún músico del metro se sube en el vagón y canta
alguna canción romántica archiconocida. En ese momento podrías
hacer algo gracioso y original. Al menos, se quedaría sorprendida
por tu atrevimiento. Ni de coña. Te ríes por dentro. Tendrían que
ser algo más que un par de cervezas para que tú hicieses algo
parecido. Van pasando las estaciones. Gente que se baja y gente que
sube. Toda la fauna humana de la ciudad. Inmigrantes de distintos
países, adolescentes de distintas tribus urbanas, trabajadores de
distintos tipos. Cada uno con su atuendo característico, ejecutivos,
barrenderos, vigilantes de seguridad, vigilantes de la hora,
estudiantes, administrativos, y un interminable etcétera. La chica
sigue en el mismo sitio. Sigue mirándote. Las estaciones siguen
sucediéndose. Nada. Sabes que no vas hacer nada. No lo lamentas.
Estás acostumbrado. Quizás no sea más que otra de las pajas
mentales que tú solo te montas cuando te fumas uno de esos porrazos
de maría mientras sacas al perro antes de ir a trabajar. Quién
sabe. La siguiente estación es la tuya, te acercas a la puerta y
antes de salir del vagón, te das la vuelta y miras directamente los
ojos de la chica. Ahora te espera un largo día de trabajo.