Todas las historias posibles. Todas
las que seamos capaces de escribir, con voluntad y valentía. Historias que
empiezan con un poema, el homenaje sincero a una madre, origen de todo: en ti pasé de célula a esqueleto agrandándome
un millón de veces.
Hay un adulto, que primero fue joven,
que se levanta en lucha contra las injusticias de su tiempo. Una guerra
distinta a la de sus progenitores: no
liberamos territorios, nos tomamos solamente la libertad de estar contra todos
los poderes constituidos.
Hay formas que se suman para escapar
de la rutina. Alcanzar cimas es una de ellas: estamos en la montaña, aquí hay más solidaridad que en el valle. El
esfuerzo de superar unos límites que creíamos insuperables hasta alcanzar la gratitud que está en los cansancios
limpios. Luego es como si resucitásemos, el éxtasis que sigue a la
desconexión, de la rutina que nos aplasta, de las desilusiones de la vida. Concentrados
en alcanzar la cima, todo lo demás no importa, no debería de importar.
Hay un primer amor. El más
importante de todos ellos, el que nos marca de por vida: más tarde amé a alguna otra con la equivocación de que aún era ella.
No se espera nada en la otra
vida. Se ignora su posibilidad real, las formas que se nos imponen, la moral
heredada por una tradición caduca. Una declaración de distanciamiento, no me adhería al culto.
El mundo se conoce a través de
los sentidos. No hay otra manera, son los sentidos los que nos ponen en orden
con el mundo: si el cuerpo siente el
exilio, es en la piel.
Lanzarse al mundo para conocer, a
uno mismo y al resto que nos rodea y completa. Pasada la juventud inicial, el
ansia, el hambre de saber que más ahí. Partir solo, nada queda: ninguna muchacha se sonaba la nariz en el
andén de las vías, sólo a esa ninguna no traicione. Aunque luego se vuelva,
siempre los errantes vuelven por un amor, no por el lugar: ella es tu lugar. Y tras el desamor, esos que no pueden estarse detenidos,
no pueden detener a alguien a su lado, entonces uno vuelve a ser prófugo.