Emilio otra vez, ese hombre prisionero de una historia,
empecinado en contarla hasta demostrar que es imposible agotar una experiencia.
De ahí el título: Prisión perpetua: la
novela moderna es una novela carcelaria. Narra el fin de la experiencia. Y
cuando no hay experiencias el relato avanza a la perfección paranoica. Así me
encuentro, tratando de escapar de la trama que urde mi historia, y no estoy
muerto, y la vida sigue. En un estado de paranoia barajo por escrito todo lo
que es posible que suceda. Un intento de negar
la realidad, rechazar lo que viene, ya que la literatura es una forma de
utopía. Pero al final, lo que cuenta es lo que nos mueve a la vida: no he querido narrar otra cosa que la
experiencia única del hecho de narrar, la pasión pura del relato.
Hay momentos encuentros que nos
marcan, echamos la vista atrás, el diario
leído como un oráculo, para avanzar desde el presente hacia el porvenir. Eso
si teniendo en cuenta que el pasado es una señal en el mapa de una
ciudad en la que nunca hemos estado. Entonces es cuando empiezo a escribir,
una vez tomada la distancia suficiente. Entonces la historia se escribe sin
importar que sea verdad. Una difracción. Algo que se cuenta sin que tenga un final,
apenas anunciado.